244. EL AGUA DE TARAZONA (SIGLO XI.
TARAZONA)
Un joven vaquero cristiano llevaba
todos los días sus vacas a beber a la pequeña laguna de Añavieja,
situada en la actual provincia de Soria, lugar en el que solía
coincidir con una joven pastora de ovejas. Entre ambos surgió, cosa
natural, el amor. Y no es nada extraño, por lo tanto, que Sebastián,
el muchacho, quisiera obsequiar a la joven, regalándole un vaso
tallado en hueso, una colodra, que él mismo había trabajado con
mimo valiéndose de una navaja y del asta de una de sus vacas.
Un mal día, el zagal, no se sabe cómo,
perdió su vacada y, apremiado por el miedo al amo y por la necesidad
de ponerse a salvo, huyó hacia la ciudad de Tarazona, encontrando
trabajo en la casa de un rico labrador mozárabe. Había cambiado el
cayado por la azada con la que cultivaba las tierras de su nuevo
señor.
Fue así como una mañana, cuando
regaba las huertas de su amo con agua del Selcos, notó que algo,
envuelto en una masa cenagosa, dificultaba el paso del agua. Cogió
la azada para remover el barro y liberar al agua retenida y su sorpresa fue enorme cuando, en el
fango que motivaba la obstrucción, apareció la colodra que había
regalado a Justina, su amada. Aquel hecho venía a demostrar que el
agua que manaba en el nacedero de San Juan venía directamente desde
Añavieja, por debajo del imponente Moncayo.
Conocieron lo ocurrido las autoridades
moras de Tarazona y, temiendo que si se enteraban de ello los
castellanos pudieran cortar el agua a la ciudad, apresaron al
muchacho y lo encerraron en la mazmorra. Podía ser tan grave aquello
que decidieron enmudecer al zagal, de modo que el walí ordenó que
fuera ahorcado.
Los mozárabes de Tarazona, enterados
de lo ocurrido, promovieron grandes disturbios: la ciudad vivió días
de una agitación que no dejó de crecer. Sólo volvieron las aguas a
su cauce cuando Justina —tras solicitar audiencia al walí y
tomando precauciones para que no le sucediera lo que a Sebastián—
le amenazó con divulgar el origen de las aguas, pues ella conocía
la verdad.
La valentía de la muchacha surtió
efecto y el walí tomó medidas para congraciarse con los mozárabes,
de modo que la paz volvió a la ciudad.
[Soria García, Miguel A., Tarazona y
su comarca, mi tierra, págs. 221-222.]