227. EL ALMA DEL CASTILLO DE GALLUR
(SIGLO XII. GALLUR)
Con la reconquista de Zaragoza, pasó a
depender del rey aragonés gran parte de lo que hoy es Aragón,
incluido Gallur. La nueva administración cristiana propició que los
moros que lo desearon permanecieran en sus tierras, pero muchos
marcharon a al-Andalus. En la villa del Ebro, la mayor parte de la
población agarena marchó.
No obstante, para prevenir cualquier
intento de recuperar Gallur, el rey edificó un castillo, que puso
bajo la custodia de un tenente de su confianza, don Artal de Alagón,
que rigió con tino la tenencia durante seis u ocho años. Sin
embargo, en los momentos finales dio muestras de un cierto
desequilibrio psíquico que todo el mundo achacó al ejercicio del
poder y a la responsabilidad del cargo, aunque la leyenda nos
proporciona un motivo bien distinto.
Una noche de plenilunio —cuando
estaba dando un paseo de ronda por el interior del castillo— creyó
ver un haz de luz que se había desvanecido al llegar al lugar. No
obstante, una voz femenina le rogó que volviera a la noche
siguiente. Esperó impaciente y cuando llegó el momento, de nuevo
divisó el resplandor. La voz le dijo que todavía no tenía
suficiente fuerza para dejarse ver, pero que poco a poco se le iría
presentando. Y así fue.
Vio primero sus ojos; luego,
sucesivamente, la boca, las manos, el cuerpo entero, cubierto con un
vestido blanco. Era bella. Al preguntarle don Artal quién era y qué
hacía allí, la muchacha —que dijo llamarse Serena Alma— confesó
ser mora y cuando toda su familia emigró ella se quedó en Gallur,
donde había nacido, vagando de un lugar a otro hasta que murió,
siendo enterrada en el solar del castillo, del que formaba parte. Por
eso había intentado ponerse en contacto con él
buscando su compañía. Don Artal acabó enamorándose de Serena
Alma, pero su falta de corporeidad convirtió aquel amor en
imposible, lo que fue afectando a su equilibrio personal.
La historia se repitió con los
tenentes sucesores de don Artal, Palacín y Blasco Maza, quienes
también vivieron semejante aventura e idéntico final. Después, la
fortaleza pasó a depender de la Orden del Temple y, tras ésta, de
la del Hospital. Por fin, el castillo dejó de ser útil y fue
abandonado no quedando de él vestigio alguno. Pero nadie duda que
Serena Alma sigue vagando por los contornos, enamorada del Gallur
donde había nacido.
[Yanguas Hernández, Salustiano,
Cuentos y relatos aragoneses, págs. 11-14.]