238. LA MORA SOLITARIA Y EL PASTOR DE
LUESIA
(SIGLOS XIV-XV. LUESIA)
Hacía siglos que Luesia se había
visto libre de la dominación de los musulmanes, pero, como en tantos
otros lugares, algunos moros decidieron permanecer en las casas en
las que habían nacido y vivido más de quince generaciones. No
obstante, la población agarena de Luesia fue disminuyendo
paulatinamente hasta quedar reducida a la mínima expresión.
Llegó un momento en el que quedó
solamente una mujer mora, de esbelta figura, dicen, que se aisló por
completo del resto de la población cristiana en la Cantera de
Vallestán, también conocida como «Punta la Mora», nombre que
precisamente constituye un testimonio de su recuerdo.
Apenas nadie veía a nuestra mora pues
nunca se acercaba al pueblo. Para sobrevivir, debía pescar en el río
y poner trampas a las aves y a los conejos, alimentos que cocinaba
—muchas veces se veía ascender hacia el cielo una tenue columnilla
de humo— en un hogar hecho de piedras. Durante la primavera y el
verano, haría, sin duda, acopio de frutos del monte, que por estas
tierras es bastante dadivoso. Cada día, eso sí que era sabido por
todos, se la podía ver descender hasta la orilla del río Arba para
lavarse y tomar agua.
Todo su contacto humano se cifraba en
la presencia a distancia de un pastor de Luesia que cada día, cuando
caía la noche, le dejaba cuidadosamente un cuenco de madera lleno
con leche fresca de sus ovejas a la vera del Arba. Y cada noche la
mora solitaria bebía complacida la leche de las ovejas del pastor
cristiano.
Al día siguiente, cuando el pastor
volvía de nuevo, siempre encontraba el cuenco limpio y boca abajo,
con una moneda encima.
Se repitió durante tanto tiempo
aquella silenciosa y distante relación que los habitantes de Luesia
siempre han creído que en la cueva, tras desaparecer un día la mora
sin saber cómo, debió quedar oculto un importante tesoro en
monedas, e incluso que existe un becerro de oro que le debieron dejar
a la muchacha sus correligionarios cuando marcharon al exilio, pero
nadie lo ha encontrado todavía.
[Recogida oralmente.]