140. EL ORIGEN DE LOS MAZA (SIGLO XI.
HUESCA)
El asedio de las tropas cristianas a la
importante ciudad mora de Huesca era una realidad. Poco a poco iban
llegando al campamento los refuerzos solicitados a cada uno de los
seniores y pueblos del reino, acudiendo a la llamada incluso varios
nobles y soldados a caballo del otro lado de los Pirineos. Era
sabido, no obstante, que los musulmanes oscenses también esperaban
ayuda de sus aliados zaragozanos e incluso de cristianos de Castilla.
De las montañas pirenaicas llegó al
campamento cristiano del rey Pedro I un caballero llamado Fortún de
Lizana. Se trataba de aquel al que Sancho Ramírez, su padre, había
sentenciado a muerte años atrás y que, para eludir el trágico
castigo, huyó a las montañas, esperando hacer méritos para obtener
el perdón real y poder integrarse en la vida del reino.
Enterado Fortún de Lizana en su
voluntario y apartado retiro de la desgraciada y fortuita muerte de
Sancho Ramírez ante los muros de Huesca, creyó llegado el momento
de hacerse perdonar y de aportar a la importante empresa bélica que
se pretendía sus propios brazos, los de sus guerreros y unas armas,
hasta entonces no utilizadas por nadie, que demostraron ser de una
terrible contundencia y eficacia.
Explicó Fortún de Lizana al rey Pedro
I cómo funcionaban aquellas pesadas mazas que estaban unidas a
gruesas cadenas de hierro, y ordenó a sus soldados que hicieran una
demostración práctica. El efecto fue inmediato, puesto que no
existía de momento ningún arma defensiva que pudiera
contrarrestarlas. Para intimidar al enemigo, que vigilaba desde el
interior del muro, se hicieron demostraciones similares a lo largo de
todo su perímetro y el desánimo empezó a cundir entre los
sitiados.
Se libró la batalla final y la
actuación de Fortún de Lizana y de sus hombres fue tan decisiva que
don Pedro I llamó al proscrito caballero y le perdonó, siendo
acogido en el seno de los seniores aragoneses. Además, mandó que en
adelante se le llamase Fortún de la Maza, como así se le conoció
en el futuro.
[Ubieto, Agustín, Pedro de Valencia:
Crónica, págs. 109-110.]