189. SELIMA, LA PRETENDIDA
DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA
(SIGLO VIII. DAROCA)
Esta historia tuvo lugar
en pleno territorio musulmán, en la época del llamado emirato
independiente de Córdoba, cuando Sarakusta (Zaragoza) era gobernada,
en nombre y representación del emir cordobés, por un tal Ibn
Abdalá. El moro en cuestión se vio obligado a buscar la ayuda de
Carlomagno para afianzar su tambaleante poder por todo el valle del
Ebro, pues no debemos olvidar que toda la Marca Superior de
al-Andalus era un enrevesado entresijo a modo de pequeñas cortes tribales, difícilmente controlables desde la lejana Córdoba y casi
tampoco desde Sarakusta.
Entre los territorios que,
más en la teoría que en la práctica, dependían políticamente del
sarakustí Ibn Abdalá estaban los que se administraban desde Daroca,
que era una importante plaza fortificada.
Vivía en Daroca Selima
—una sobrina del mismísimo Muza y a la sazón esposa de un tal
Ahmar—, bella mujer de la que gobernador Ibn Abdalá se había
enamorado y pretendía hacer suya, si bien se vio rechazado de manera
reiterada en sus pretensiones.
La providencia quiso que
Ahmar falleciera por aquel entonces y la bella Selima, ahora viuda y,
por lo tanto, libre, rechazó una vez más los galanteos del
gobernador, que visitaba con cierta frecuencia Daroca para poder
verla. Mas si en vida de Ahmar la prudencia le hizo actuar con
cautela, ahora tomó muy a mal la pertinaz negativa de Selima, de
modo que, despechado y abusando de su poder, mandó prenderla y
enterrarla viva en lo más profundo de las mazmorras del castillo
darocense.
Desde entonces, de cuando
en cuando, hay quienes oyen extraños ruidos y lastimeros lamentos
que surgen de la oscuridad y, en ciertas ocasiones, se puede ver cómo
una sombra vaga y casi difuminada recorre la muralla y los restos del
castillo de Daroca, portando unas tenues luminarias en su mano
invisible. Se trata, sin duda alguna, de la sombra quejumbrosa y
errante de la fiel y hermosa Selima que pide venganza.
Tras más de cuatro siglos de espera,
el rey aragonés Alfonso I el Batallador acababa de reconquistar para
los cristianos la ciudad de Zaragoza, que era la llave de todo el
valle del Ebro. No obstante, su posesión todavía no estaba
asegurada, pues cabía pensar una lógica reacción de los
almorávides que, en efecto, no se dilató mucho, tras reunir un
importante contingente de hombres y animales en al-Andalus.
Alertado del imponente ejército
almorávide que se avecinaba desde Levante, el rey Alfonso I preparó
de manera concienzuda la batalla que se presumía definitiva, de modo
que ordenó a sus vigías y ojeadores que localizaran posibles
escenarios favorables. Luego, en su tienda de campaña, rodeado por
todos sus capitanes, el rey eligió de entre los lugares
seleccionados una cañada —un valle estrecho pero poco empinado—
que estaba cerca de la población de Cutanda, zona muy apropiada para
poner tropas en celada, es decir, ocultas y amparadas por el terreno.
Una vez que se aseguró de que no había
espías enemigos que pudieran descubrir su táctica, dirigió y
concentró en la cañada elegida a sus huestes, ordenando destacar en
dirección a la marcha de los almorávides algunas partidas poco
numerosas de hombres armados. Cuando estos grupos fueron avistados
por los moros, simularon que rehuían la lucha por miedo, y fueron
retrocediendo hacia la «cañada de la celada».
Al-Tamín, el jefe almorávide, se cebó
en aquellas partidas a las que trató de perseguir y, sin darse
cuenta de la estratagema del Batallador, se encontró con la sorpresa
que ni esperaba ni deseaba. La celada urdida en la cañada había
dado su fruto y el lugar quedó sembrado de cadáveres, restos de los
cuales se pueden descubrir todavía hoy.
Aparte del significado moral y de las
consecuencias que la victoria tuvo para la seguridad de las tierras
que Alfonso I había reconquistado, incluida Zaragoza, el botín
tomado al enemigo fue impresionante, destacando más de dos mil
camellos.
Cutanda es una localidad española perteneciente al municipio de Calamocha, en el Jiloca, provincia de Teruel, Aragón. Está situada a 1059 msnm y a una distancia de 83 km de Teruel. Su población era de 187 habitantes en el censo de 1990, 76 en el 2011.
Solo pasa un río cerca de este municipio en época de lluvias o cuando hay riadas (por lo general su cauce sirve de sendero), por lo tanto el cultivo de secanoes su principal fuente de ingresos. De esta localidad era originario el edil del PP Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA. Su padre era natural de Cutanda.
Cutanda se encuentra a 14 km al levante de Calamocha, y su castillo, conocido por la victoria de Alfonso I (1120), estuvo bajo varios tenentesy perteneció a aquella marca que gobernaban los señores de Belchite. A fines del siglo XIII se inició el señorío de la mitra de Zaragoza, que duró siglos. El castillo fue atacado por los castellanosen 1445, y todavía estaba en servicio en 1839, aunque no lo asaltaron los carlistas, pero se derruyó después de la segunda guerra carlista. Sus ruinas yacen sobre un otero próximo al pueblo y se reducen a un muro de 12 metros de longitud y 2 de espesor, recubierto de sillería, en cuya cara interna conserva restos de una bóveda de crucería, y sería la capilla o una sala, al parecer, de buena arquitectura. Andrés y Valero cita obras realizadas en 1243, 1500 y 1554, éstas, según el manuscrito de Espés, se referían a terminar aposentos, escalera, chimenea, etc. Los arzobisposlo destinaban a cárcely depósito de cobros. Sería pues, una de las muchas obras que acometió el arzobispo Hernando de Aragón.
A diferencia de otros lugares de alrededor, la villa de Cutanda no formó parte de la Comunidad de Daroca.
La Batalla de Cutanda:
Tras la conquista de Zaragoza (por parte de Alfonso I), los Almorávidesal mando de Ibrahim ibn Yuüsuf organizaron un gran ejército que frenara los avances de Alfonso I. La batalla favorable al rey aragonés (ayudado por Guillermo IX, duque de Aquitania), se dio el 17 de junio de 1120 en los campos de Cutanda, cerca de Calamocha. Así pudo el batallador consolidar sus conquistas, ocupando Calatayud, Daroca, alto Jalón y la orilla derecha del Ebro.
Nació en 1071, hijo de Guillermo VIII de Aquitania y de su tercera esposa, Audéarde de Borgoña, hija del duque Roberto I de Borgoña. Cuando falleció su padre en 1086, heredó unos dominios más extensos que los del propio rey de Francia, de quien era nominalmente vasallo. En los años 1101 y 1102, participó tardíamente en la primera cruzada tras la caída de Jerusalén. Sostuvo varias guerras contra los condes de Tolosa. Fue excomulgado en dos ocasiones, una de ellas por abandonar a su esposa legítima y arrebatarle a la fuerza la mujer a su vasallo el vizconde de Châtellerault. Entre 1120 y 1123 combatió junto a Alfonso I el Batallador, su concuñado, para intentar arrebatar a los musulmanes el reino de Valencia.
La vinculación de Guillermo el Trovador y Alfonso el Batallador es doble. De una parte, Inés de Aquitania —hermana de Guillermo el Trovador— casó con Pedro I de Aragón, el cual falleció sin descendencia masculina, heredando sus reinos su hermano Alfonso el Batallador. De otra, porque a la muerte del Batallador, que falleció sin descendencia, heredó sus reinos su hermano Ramiro II el Monje, el cual casó con Inés de Poitou, hija de Guillermo el Trovador. De ahí que el Trovador resultara cuñado de Pedro I de Aragón y concuñado de sus hermanos, Alfonso el Batallador y Ramiro el Monje.
De su matrimonio con Felipa de Tolosa tuvo los siguientes hijos:
Inés de Poitou (c. 1105-c. 1159), esposa de Aimar de Thouars y de Ramiro II de Aragón; Guillermo X de Poitiers (1099-1137), último duque de Aquitania; Raimundo de Poitiers (c. 1115-1149), por su matrimonio con Constanza, príncipe consorte de Antioquía.
Guillermo de Poitiers es el primer poeta de nombre conocido en las literaturas románicas. Se conservan 11 poemas suyos, en que la temática amorosa es tratada a veces con gran crudeza: se autodenominaba «trichador de dòmnas», alardeaba de sus proezas sexuales y muchos de sus poemas están dedicados a su amante, Maubergeonne, a la que llama la Peligrosa. En otra composición, pide a sus caballeros que le ayuden a escoger caballo:
Caballeros, aconsejadme en esta duda:
—nunca escoger me fue tan difícil—:
No sé si quedarme con [la dama] Agnes o con [la dama] Arsen.
En la dolsó del nou tems lo bosque se cubrix de fulles y piulen los muixons, canten cadaú en lo seu latín segons lo vers del nou can: aixina que está be que chalem en lo que mes mos agrade.
Acogió en su corte al bardo galés Blédri ap Davidor, quien introdujo en las literaturas románicas la leyenda celta de Tristán e Isolda.
2.20. VICTORIA CRISTIANA FRENTE AL REY
MORO DE ZARAGOZA
(SIGLO IX. TORRALBA)
Como es sabido, todo Aragón fue
dominado por los musulmanes a comienzos del siglo VIII, aunque una
buena parte de los hispanogodos que vivían en sus pueblos
permanecieron en los mismos, bien convertidos a la religión de los
nuevos gobernantes, bien continuando fieles al cristianismo, con el
estatuto de mozárabes.
En algún caso, las relaciones entre
ambas comunidades dieron lugar a enfrentamientos más o menos
sangrientos, como ocurriera en Torralba, en torno al año 800, es
decir, casi un siglo después de la invasión.
Eran los tiempos en los que gobernaba
en Sarakusta el rey moro Marsilio, cuando los mozárabes de Torralba,
descontentos por el trato que recibían por parte de sus dominadores
musulmanes, tomaron la firme decisión de hacerles frente para lograr
un trato más justo.
Cuando una noche estaban deliberando
qué hacer, en un lugar situado entre los ríos Clarés y Jalón,
naturalmente a espaldas de sus opresores, en el mismo lugar que esto
ocurría fueron iluminados por un intenso resplandor que procedía
del cielo, oyendo a la vez una dulce voz que les decía: «Esforzaos
cristianos en el Señor, que habéis de vencer».
Confiados y animados por el anuncio
celestial de su victoria, los cristianos de Torralba lucharon con
tanto ánimo y valor que lograron lo que parecía imposible, vencer a
los poderosos moros. Tras la batalla, como muestra de su victoria,
ofrecieron a los pies de la celestial capitana las cabezas de los
infieles derrotados, cuyos cadáveres fueron enterrados en el valle
contiguo, llamado desde entonces «barranco de Matamoros».
Desde entonces, el paraje que está
entre los ríos Clarés y Jalón se convirtió en lugar sagrado, y
allí se veneraría en adelante la imagen de la virgen de Cigüela, a
la que los cristianos debieron su victoria cuando el dominio de los
sarracenos era total en todo el valle del Ebro.
Torralba de Ribota es una localidad y municipio español de la provincia de Zaragoza situado en la comarca de la Comunidad de Calatayud, comunidad autónoma de Aragón. Tiene un área de 32,5 km² con una población de 181 habitantes (INE 2017) y una densidad de solo 4 hab/km².
Torralba debe su nombre sin duda a la conjunción en latín de Turrisy Alba(Torre Blanca) que derivó en el actual topónimo.
En nuestros días aun se puede admirar la torre en piedra de color blanco a la que se le añadió hace unas décadas un tejado que disimuló las antiguas almenas. La referencia a Ribota viene dada por el río Ribota, de escaso régimen pluvial que discurre a una cierta distancia del casco urbano (1,5 km). El pueblo se halla enclavado en un pequeño cerro redondeado a una altitud de 625 msnm y se extiende sobre 32,9 km² .
Dos romerías una a la ermita de San Sebastián (20 de enero) y otra a la Ermita de la Virgen de Cigüela, junto a la sierra de Armantes (25 de marzo). Las fiestas mayores se celebran en honor del patrón San Félix (1 de agosto) y se prolongan a lo largo de varios días.
Torralba de Ribota cuenta con uno de los mejores exponentes del mudéjar aragonés. La Iglesia de San Félix Mártir. Se trata de una iglesia fortaleza es de estilo gótica-cisterciense y la obra se terminó en el siglo XIII. Los mejores ejemplos de este tipo de arquitectura están aquí, la iglesia de Santa María en Tobed (Zaragoza) y la iglesia parroquial de la Asunción en Cervera de la Cañada a unos kilómetros de distancia por la N-234.
El arte mudéjar aragonés fue declarado patrimonio de la humanidad por la comisión de Patrimonio Mundial de la UNESCO basado en París (Francia).
7. LA DEFENSA CRISTIANA DE BORJA (SIGLO
VIII. BORJA)
Los ejércitos musulmanes, tras
atravesar el estrecho de Gibraltar para apoyar a una facción de los
gobernantes visigodos, con una rapidez insospechada para los medios
de la época, conquistaron prácticamente toda la Península Ibérica
en no más de tres o cuatro años. El valle del Ebro, sobre todo su
parte más llana y accesible, no fue una excepción.
Es sabido cómo la mayor parte de las
poblaciones hispanas capitularon y entregaron sus llaves a los nuevos
políticos y administradores, si bien se dieron ejemplos heroicos de
resistencia, aunque ésta sirviera de poco. El de Borja es uno de
esos ejemplos. En efecto, llegado el momento, el soberbio castillo
roquero de Borja, defendido por los cristianos que pudieron ampararse
dentro de sus muros de piedra, fue un obstáculo relativamente
molesto para el avance impetuoso de las tropas moras, aunque la
población que se asentaba a sus pies hubiera caído ya en sus manos.
Los musulmanes sitiaron la fortaleza y,
sin presentar batalla, se limitaron a mantener bien cerrado el cerco
en espera de que se acabasen los alimentos de sus defensores, lo que,
sin duda alguna, les llevaría a rendirse. Pero los cristianos no se
dieron por vencidos y, aunque apenas les quedaban casi víveres con
los que mantenerse vivos, idearon una estratagema que inmediatamente
pusieron en práctica y que surtió su efecto aunque fuera efímero.
Tomaron la última vaca que quedaba con
vida en el fortín y le dieron de comer todo cuanto tuvieron a su
alcance, incluida la comida destinada a los propios defensores. Una
vez que estuvo bien cebada y, por lo tanto, lustrosa y rebosante, la
sacaron del castillo con ánimo de que llegara al campo enemigo. Los
musulmanes, ante aquella realidad que no esperaban, creyeron que
todavía les quedaban víveres para muchos meses, decidiendo aflojar
el cerco y dedicar sus esfuerzos en la conquista de poblaciones
aledañas.
Es cierto que la fortaleza acabó
cayendo en manos moras, pero la estratagema permitió huir a muchos
soldados cristianos, bastantes de los cuales fueron a engrosar la
resistencia que, poco a poco, fue fraguándose en las montañas
pirenaicas.
[Datos proporcionados por Enrique
Lacleta, Javier Sánchez y Daniel Sancho. Instituto de Bachillerato
de Borja.]
Gracia Rivas, M. y, Pasamar Lázaro, José Enrique - Gracia Rivas, Manuel (2002, págs. 49-70). Los Borja y Borja - El influjo de Juan Vicente de Albis en la formación de un mito (En torno a un documento inédito de la Real Academia de la Historia). Cuaderno de Estudios Borjanos, Nº 45. Borja (Zaragoza). ISSN 0210-8224.
Gracia Rivas, M. y, López Abasolo, M. (1994). En torno a las armas de la Ciudad de Borja. Cuaderno de Estudios Borjanos XXXI-XXXII. Borja (Zaragoza). ISSN0210-8224.
5. LA PÉRDIDA Y DESPOBLAMIENTO DE
NOVILLAS (SIGLO VIII. MALLÉN)
Ante las noticias que llegaban con
insistencia cada vez mayor, los habitantes del pequeño pueblo de
Novillas, situado en la orilla derecha del río Ebro, dudaban acerca
de qué determinación tomar. Una tarde, llegó presuroso y alarmante
el anuncio de que las banderas de la media luna, victoriosas ante el
importante enclave de Tudela, se preparaban para marchar contra
Zaragoza, considerada como la llave del valle del Ebro. En rápida
asamblea reunida frente a la iglesia, decidieron en común abandonar
sus casas aquella misma noche, dirigiéndose hacia la población de
Tauste, donde esperaban encontrar cobijo. Novillas quedó totalmente
desierto.
A la mañana siguiente, conocedores de
esta huida masiva y precipitada los cristianos de Mallén, población
que todavía permanecía libre, organizaron una expedición compuesta
por veinticuatro vecinos, quienes —con el sacerdote al frente y sin
mostrar ningún miedo a los moros que estaban ya acampados ante su
vista— se dirigieron a Novillas. Naturalmente, las calles estaban
absolutamente desiertas y las casas vacías.
Con sigilo, se dirigieron a la iglesia.
Dentro, en una hornacina del altar mayor, vieron lo que buscaban. Era
la talla de una venerada imagen de la Virgen. La cogieron, la
envolvieron entre unos paños y comenzaron el camino de regreso a
Mallén sin que tuvieran contratiempo alguno.
En previsión de que los musulmanes
pudieran atentar contra la imagen si entraban y tomaban Mallén, la
escondieron hasta que llegaran tiempos mejores. En efecto, Mallén
fue conquistado y durante cuatro siglos estuvo en poder moro. Buena
parte de la población cristiana, al contrario que en el caso de
Novillas, que fue arrasado, permaneció en sus hogares.
Cuando Alfonso I el Batallador
reconquistó tanto Mallén como Novillas, los liberados cristianos de
Mallén desenterraron la imagen y no teniendo a quién devolvérsela,
puesto que Novillas había quedado totalmente desierta y así
permaneció durante cuatrocientos años, decidieron depositarla en su
iglesia parroquial, donde todavía se venera cada día 8 de
septiembre.
[Datos proporcionados por Gemma
Lalaguna, Colegio «Manlia». Mallén. Córdoba y Franco, Francisco
J., Manlia y Mallén..., págs. 35-37.]
4. LA RESISTENCIA DE TRASOBARES A LOS
MOROS (SIGLO VIII. TRASOBARES)
La conquista del valle del Ebro por los
musulmanes una vez que atravesaron el estrecho de Gibraltar fue
meteórica, en buena parte debido a las múltiples capitulaciones que
lograron, es decir, sin que mediara resistencia armada y sí pacto.
Pero este no fue, ni mucho menos, el
caso del poblado que pronto sería llamado Trasobares, cuyos
habitantes decidieron atrincherarse tras las defensas de adobe y
piedra que rodeaban al castillo, prefiriendo la lucha y la
resistencia hasta la muerte antes que entregar las llaves de su
pueblo a los invasores. Hicieron acopio de grano, aceite y animales
para el sacrificio y repararon las conducciones de agua de las calles
para que la recogida de la lluvia fuera a parar toda a los aljibes
sin que se perdiera ni una sola gota.
La defensa de aquellos hombres y
mujeres —pues participaron todos— fue heroica, manteniendo a raya
a los asaltantes. Y perfectamente organizada, pues cada uno,
incluidos los niños y ancianos, tenía asignada una misión
concreta. Pero de entre todos los defensores destacaba la
personalidad y el arrojo de tres auténticos capitanes del poblado
cuyos nombres conocemos: Hernando Sánchez, García Aznar y Beltrán
Gascón.
Para los combatientes moros
—acostumbrados a vencer con rapidez allí por donde pasaban y que
aquí tuvieron que prepararse para mantener un asedio que no
esperaban ante alcázar tan pequeño— aquellos tres valientes
—«trium obantium» les denominaban
los cristianos en su latín— se convirtieron en un escollo de
difícil superación que prolongó en demasía la caída del castillo
durante algunas semanas.
Poco a poco, a la fortaleza y al pueblo
—cuyo nombre desconocían los sitiadores— se les fue llamando
como los de «trium obantium» —el de los
«tres valientes»—, denominación
que con el paso del tiempo fue transformándose hasta derivar en
Trasobares, tal como se le conoce hoy.